El speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes británica, Lindsay Hoyle, está en la cuerda floja. Al menos 60 diputados han reclamado que se vote una moción de censura en su contra, en un episodio que confirma la famosa máxima que los estadounidenses repiten desde hace décadas: todo asunto político es a la fuerza un asunto local. El enredo parlamentario que ha obligado a Hoyle a pedir dos veces perdón ―la última, este mismo jueves― no habría tenido mayor trascendencia de no ser porque el asunto a debate, la guerra entre Israel y Hamás, se ha convertido en la discusión más divisiva y agria en el Reino Unido desde los tiempos del Brexit.
Londres es la capital europea que más protestas (y más numerosas) a favor de Palestina ha acogido desde los atentados del 7 de octubre en territorio israelí y a lo largo de la ofensiva del Gobierno de Benjamín Netanyahu contra Gaza. Y en términos de política doméstica, quien más ha sufrido las tensiones derivadas de ese terremoto geopolítico ha sido Keir Starmer, el líder del Partido Laborista.
Su postura inicial de respaldo a Israel y al derecho a defenderse de esta nación cuando comenzó el conflicto, consecuente con su campaña previa para erradicar el antisemitismo en el seno de su propia formación, no gustó a gran parte de los miembros de una izquierda históricamente propalestina. Y, sobre todo, no gustó a la población musulmana del Reino Unido, tradicionalmente favorable al laborismo. Decenas de cargos municipales de la formación de izquierdas han renunciado a sus cargos, irritados con el equilibrismo de Starmer, quien se ha resistido durante todo este tiempo a exigir un alto el fuego a Israel.
Cuando el Partido Nacional Escocés (SNP), que ve peligrar su hegemonía autonómica ante el empuje actual del Partido Laborista, presentó en la Cámara de los Comunes una moción que pedía simple y llanamente ese alto el fuego, puso a Starmer entre la espada y la pared. Decenas de diputados de sus filas podrían haber acabado respaldando la moción escocesa y debilitando de paso la autoridad de su líder.
La reacción de Starmer fue impulsar su propia moción, más tibia que la del SNP, pero mucho más rotunda de lo que hasta ahora había sido su postura respecto al conflicto en Oriente Próximo. Exigía “un alto el fuego humanitario inmediato” que fuera observado “por ambas partes”.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Finalmente, el Gobierno de Sunak quiso también añadir leña a la hoguera parlamentaria e introdujo su propia moción, en la que solo reclamaba una “pausa” en los combates.
¿Cuál es la clave del enredo? El miércoles era lo que se conoce como Opposition Day (Día de la Oposición). Según los usos parlamentarios, es el día en que los grupos de la oposición pueden presentar mociones. La costumbre establece que el Gobierno puede contraponer la ofensiva presentando su propio texto.
Todo se encaminaba hacia una trampa para Starmer. Los diputados laboristas no iban a respaldar el texto del Gobierno, tibio y claramente proisraelí. Acabarían respaldando la moción del SNP, y dejarían en una posición de debilidad al líder de la formación de izquierdas.
Aquí es donde Hoyle, con una torpeza impropia del cargo que ocupa, hizo que saltara la chispa del enfrentamiento. El speaker permitió que se votara también la moción de Starmer, y además, que fuera la primera de las tres en ser debatida.
La Cámara de los Comunes se convirtió en un pandemonio de gritos y cólera, con varios diputados abandonando el edificio. Gran parte de los conservadores, y el grupo del SNP, acusaron a Hoyle de quebrar la imparcialidad a la que le obliga su cargo.
El speaker, al borde del llanto, ha pedido perdón por su error, pero a la vez ha intentado explicar las razones que lo motivaron. Según él, de las conversaciones con diputados laboristas amenazados por sus votantes y con responsables policiales que le detallaron hipotéticas situaciones de riesgo, llegó a la conclusión de que debía dar una salida a la oposición. “Defenderé a cada miembro de este Parlamento. No quiero pasar nunca por la situación de tener que levantar el teléfono y saber que un amigo, sea de la bancada que sea, ha sido asesinado por los terroristas”, ha explicado Hoyle. “Los detalles que se me han transmitido eran absolutamente terroríficos. Soy culpable porque tengo el deber de proteger a la gente”, intentaba justificarse.
El propio Starmer, que se reunió con el speaker antes del debate, ha sido acusado de torcer el brazo a Hoyle y presionarle. El líder laborista asegura que solo le pidió que, ante un asunto tan sensible, todos los lados del debate pudieran tener su oportunidad. La BBC asegura que líderes del grupo de la oposición amenazaron al presidente de la Cámara con quitarle de su puesto si ganaban las elecciones generales, previstas para el próximo otoño.
El primer ministro se ha negado a aclarar si mantiene su confianza en Hoyle, y criticaba con dureza su decisión. “Nunca deberíamos permitir que los extremistas nos intimidaran, hasta el punto de alterar las normas parlamentarias”, ha reclamado Sunak.
El SNP ha retirado completamente su confianza en el speaker. La moción de censura redactada por un diputado conservador, William Wragg, acumula ya más de 60 firmas de apoyo.
Puede resultar tentador para Sunak, antes de que concluya la semana, poner toda la fuerza de su Gobierno detrás de esa moción y dejar que todos los diputados que llevan meses poniéndole zancadillas dirijan su rabia hacia otro lado.
Hoyle ha intentado reconducir la situación programando un debate parlamentario de urgencia sobre el conflicto en Oriente Próximo, pero el asunto en sí parece haber pasado a un segundo plano, enterrado por una disputa más cercana al politiqueo que a los asuntos de Estado. Toda política acaba siendo local.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_